La historia reciente de la Facultad de Humanidades
César Ramiro García
El decano Mario Calderón supo ganarse el aprecio de los estudiantes de las Extensiones Departamentales de la Facultad de Humanidades de todo el país, a fuerza de concursos de belleza y campeonatos deportivos.
Su asesinato, sin embargo, es paradigmático.
En el lugar del crimen, la pregunta del reportero de televisión al Rector encerraba la idea de que estas cosas no sucedían en Guatemala desde hace tres décadas. El periodista se refería a la época más dura de la represión estatal, en la que los gobiernos militares se ensañaron especialmente contra estudiantes, docentes y autoridades universitarias. A finales de los setenta y principios de los ochenta, los asesinados, desaparecidos y exiliados universitarios se contaron por cientos.
La comparación de esta muerte con las que sucedieron en el pasado muestran el desconocimiento de las distancias que hay entre una época y otra.
Entre las secuelas de la represión que aún influyen en el comportamiento de los guatemaltecos, y deben discutirse, está el alejamiento de la Universidad de San Carlos de los intereses populares. Una muestra: la actual Asociación de Estudiantes Universitarios, AEU, -llamada a dirigir el movimiento estudiantil-, se encuentra en un estado de mucha pena para los sancarlistas. Uno de sus dirigentes, aquel que por cierto, recibió la muy conocida “donación” de Alfonso Portillo para la Huelga de Dolores de 2001 y, no de casualidad, último candidato a alcalde del PAN, es uno de los representantes de Humanidades ante el Consejo Superior Universitario, sin que se le haya visto asistir alguna vez a un aula de la Facultad.
La particularidad de Calderón y sus aliados fue saberse poderosos a causa de la fuerza del voto de las Extensiones, (sedes regionales universitarias) poder que le hizo llegar al colmo de manipular los estatutos de la Facultad para reelegirse por un tercer mandato, bajo la excusa de que ya no se elegía la figura de un Decano sino de una Junta Directiva; un hecho sin antecedentes en la Universidad, que convirtió al personaje en una especie de dictador.
En 1998, cuando fue electo por primera vez, los dirigentes de la Asociación de Estudiantes de Humanidades, AEH, gritaban consignas en apoyo del candidato opositor, conscientes del riesgo que Calderón representaba. Nada lograron los altoparlantes contra las filas de acarreados desde las extensiones de todo el país. Traídos en autobuses con la promesa de un tour capitalino con almuerzo incluido. Cifras más altas en su nota de promoción, fue en realidad el motivo de su voto.
Desde entonces, esas filas de votantes se convirtieron en un poder agregado de la decanatura de Humanidades siempre que hubo elecciones internas o de Rectoría.
El divorcio con los estudiantes de la sede central fue tan grave que, entre los estudiantes de Letras, Filosofía o Arte, ha existido en los últimos años el temor a la desaparición de sus carreras, en favor de la tendencia y decisión de las autoridades de convertir la Facultad de Humanidades en una “Facultad de Administración Educativa”, es decir, darle herramientas a estudiantes de pedagogía deseosos de cumplir su ansiado sueño de fundar un colegio privado para salir de pobres. Después de todo el mercado es amplio, los gobiernos privatizadores han dejado el 80% de los establecimientos de educación media en manos de los “empresarios de la educación”.
Y si bien la búsqueda de una vida digna no debe ser despreciada, el bajo nivel académico de los docentes, su poca actualización y su carencia de recursos posibilitan pensar que muchos de los graduandos humanistas salen de la Universidad a reproducir la mediocridad, a la que ha sido conducida. Hay, como en todo, excepciones muy valiosas, pero éstas no son producto de la política implantada por las autoridades.
Entre otros fenómenos, la administración de Calderón fomentó la pérdida de identidad estudiantil, maquilló el edificio de la Facultad, y de paso borró los murales en que se recordaba a dirigentes asesinados durante la represión. Ese proceso degenerativo que en general viene dándose en la Universidad no es un fenómeno particular de una sola unidad académica. Humanidades es solamente uno de los casos más emblemáticos.
La apatía se refleja en la pérdida de interés de los estudiantes por la lucha por los espacios políticos. La AEH, que en otro tiempo fue parte fundamental del Movimiento Estudiantil en su interés por representar los intereses populares, y por conquistas académicas a favor de la academia y la intelectualidad, ahora está capturada por grupos de ‘estudiantes’ con intereses muy particulares, señalados incluso de tener vínculos con poderes ajenos a la Universidad y que debieran estar en la lista de aquellos a investigar desde la Comisión de Internacional contra la Impunidad en Guatemala, CICIG. La AEU no escapa a estos señalamientos.
No cabe duda que el asesinato de Calderón, modifica la correlación de fuerzas en esa facultad y en espacios estudiantiles. Pero nunca está demás preguntarse qué fuerzas dentro de la Universidad se benefician con la muerte del Decano. No menos importante es esperar que este hecho de sangre se tome, por quienes intentan aportar a la recuperación de la Universidad, como una oportunidad para reflexionar sobre el rumbo que el Alma Mater ha tomado.